martes, 4 de agosto de 2009

ALMA

A la pobre luz de un foco de cuarenta wattts, en esta celda, escribo y confieso mi delito. La busqué cegado por la fe y no encontré nada, sólo tripas, sangre y órganos tibios. Descendió del metro en estación Anaya y la seguí bajo las sombras mortecinas de las bodegas y fábricas de esta ciudad envejecida y herrumbrosa. Tenía cierta belleza divina, rodeada de un aura celestial que la hacía resplandecer en el invierno gris de enero.
En el portón desvencijado de un taller automotriz, me lancé sobre ella con la sagacidad de un felino atrapando a su presa. Apreté el cuello y le tapé la boca con mi mano derecha. Al cabo de un minuto sentí el peso muerto de su cuerpo. La arrastré hacia el interior y en el asiento trasero de un Falcon 69 comencé a desvestirla. Respiraba bajito, como retomando vida. Até sus extremidades y amordacé su boca, pero ella seguía acalambrada por el terror y el frío. Tenía la mirada triste y moribunda. Mi navaja trazó una línea recta desde el cuello hasta el nacimiento de su sexo. La sangre olía a fierro oxidado y brillaba sobre la blanca piel de aquella mujer en la que esperaba resolver un misterio divino. Estuve atento y no logré ver que escapara nada, sólo sangre y un hedor insoportable. Busqué. Removí sus órganos palpitantes. Sentí el último latido de su corazón y descubrí su falsedad, Padre Gómez; no es cierto lo que nos dice en el seminario. Ya basta de mentiras piadosas y de tanto sermón alucinante. Los humanos no tenemos alma, sólo sangre y un estúpido corazón que apesta.

1 comentario:

*Yeztli Siuatl* dijo...

....sube...sube...sube..sube...y congela...


gracias por removerme las entrañas.

P.D. conste lo de la cena eeeeee.