jueves, 25 de diciembre de 2008

ESCOLÁSTICA

En el trajinar cotidiano, las cosas se suceden a veces sin el recato de la reflexión. La rutina es la repetición interminable de los rituales. El despertador marca la hora de arranque y surgen las mismas y trilladas frases del día: A bañarse; ya se está haciendo tarde; que les vaya bien; cuídate; buenos días; trajeron la tarea… Interrogantes o exclamativos, Mariel ha aprendido el secreto de estos formalismos y puede anticipar la respuesta esperada por su interlocutor. Pero hoy, su maestro de Español lanzó una imperativa frase al grupo que a Mariel la hizo dudar. Regresó a casa angustiada cuestionando a su madre:

-Mamá: ¿dónde se guarda el silencio?

Guillermo Berrones

domingo, 14 de diciembre de 2008

ESTAMPA DE MEDIA TARDE

Ayer miré al ladrón de sueños vagando en los rincones de esta ciudad, marchita por la edad acumulada, dando tumbos en su nostalgia. Con las manos en los bolsillos y pateando un bote de cerveza vacío, la desesperación era su signo y la soledad un fardo de angustias. Un poco encorvado. Abrazándose a sí mismo, como quien protege el último pedazo de recuerdo, pasó frente a mí, que me asoleaba un poco para mitigar el frío de diciembre, y pude ver la desgracia en sus ojos de pescado congelado. Su rostro envejeció en la ausencia, en ese rumor opaco que dejan las hazañas de los amores fatuos. Sorbía los mocos del abandono y en la incoherencia de su monólogo murmurante escuché el nombre de una mujer. Helena, dijo, y por un momento pensé que podías ser tú, la misma que dejó la desolación en Troya.

GUILLERMO BERRONES

sábado, 15 de noviembre de 2008

DÉDALO

En este laberinto ronda la desdicha. Abro la alacena y me cae encima una lata de desprecio sobre el dedo gordo del pie derecho. El refrigerador, con su entusiasmo glacial, es un refugio de alimentos a medio consumir. Huele a carbonato, a comida vieja, a cebollas y zanahorias renacidas. Y en un rincón quedó varada la alegría porque el polvo del rencor lo ha cubierto todo. Está muerto el despertador que sonaba a las seis menos diez. Ya no fornican los perros ni le ladran al gato echado en la azotea. Perdí la apuesta esperanzadora. La eternidad existe y no encuentro la ruta que me conduzca al cielo o al infierno. En el pasillo acecha la desolación y solo el viento murmura plegarias compasivas a este abandono. Camino en la penumbra, guiado por esta ceguera irremediable de nostalgias y melancolías. No tengo edad para recibir sentencia absolutoria y el juicio de muerte se prolonga en alegatos estériles. Ayer coloqué sobre la mesa mi última palabra y ya no tengo más. Vacié mis argumentos en la papelera del baño para volver a mis andadas, a la búsqueda de una libertad idealizada que no existe. El egoísmo me tiene acobardado y la única salida que encuentro es una puerta falsa, engañosa, que no me atrevo a abrir.
Guillermo Berrones

jueves, 13 de noviembre de 2008

MITOLOGÍA POSMODERNA

Yo no robé el armiño ni arranqué el pan de la boca porque no acostumbro el vandalismo en asuntos tan apasionados. Me distingue la conquista de montañas y planicies sin perturbar el canto de los pájaros. Los daños a terceros son, si acaso, gajes del oficio y no meras intenciones. En el espectro de luz que se arquea bajo la lluvia, sólo tú, señor de las tinieblas, amo de la tenebra y el presagio, no tienes un lugar ni voz ni voto. Y mucho menos tendrás el beso compasivo de Helena. Tártaro rufián, conozco la prosapia de tu origen. Hurtaste un mechón dorado al sol y te sentiste tocado por la gloria. Tus días están contados, Masrud. No hay mesa para tres. Se acabaron las parrandas y el jolgorio. No más arrebatos. No más negras intenciones. Beberás la cicuta en tu café y volverás a tu lugar de origen. Hades te espera, o quizás, un pobre diablo.

Guillermo Berrones

martes, 11 de noviembre de 2008

POSTAL DE IRLANDA

El abuelo tiene las orejas grandes, escribió. En la abadía de Wicklow son las diez de la mañana y hace frío. El jardín donde acostumbra orar el padre Cadaval está glaseado por la nieve. Sus orejas son como las del abuelo, aunque las esconde del sarcasmo en su capucha monacal. Los mirlos buscan hormigas entre los copos y mueren congelados en su intento. Tengo entumecidas las manos y frío en donde dicen que habita el amor. No estoy en la noche de música extranjera donde ahora te hallas, pero escucho las guitarras de Rodrigo y Gabriela en el modular de mi celda. Te busco en la calamidad de los pulgones que asoman bajo mi cama. Quiero, y es un deseo vehemente, que miremos juntos el oleaje de este mar del norte que se rompe en estrépito de vidrios congelados. Ese vestido gris, el de la foto que me enviaste, te sienta bien. Firmó la postal y la depositó en el buzón.
Guillermo Berrones

jueves, 6 de noviembre de 2008

SÚPLICA

Quisiera haber venido del mar
inundado de espuma
con la bravura de la sangre azul tendida en mi horizonte
traer la sal en grano hasta tu mesa
y un pez dorado de mirada triste.
Me ciega el iracundo embeleso del verano en tus ojos.
Pero no soy un pescador de redes ni de arpones
vine arrastrado por las aguas de un río que nace en la montaña.
Soy la piedra de la suerte en tu bolsillo
el talismán que te protege del espanto.
Déjame estar callado en tu vesícula,
anidar en tu riñón izquierdo
o dame un rincón en tu zapato.

No me tires al pedregal del abandono
ni me lances al océano del olvido
guárdame, si quieres, en el macetero de lo tréboles marchitos
donde caga el gato cada noche.
Guillermo Berrones

Después de él, tú
Después de mí, tú
Después de nosotros, tú
Después de todo, tú.

martes, 4 de noviembre de 2008

ATARDECER

Hay en mi ciudad un cerro

que en las tardes de noviembre

se coloca suavemente

el pijama de sombras

que le da la sierra madre.

Guillermo Berrones

lunes, 29 de septiembre de 2008

PARÍS

Puede que no sientas que te quiero
porque mi lengua multiplica las ficciones.
De la soberbia del francés al idioma de Cervantes
me detengo en Londres para entrar al pub de mi destierro.
Y soy cosmopolita en mis halagos
porque hay un fin, una intención, un devaneo
para arrastrarte al París que solo yo conozco:
sin La Bastilla y sin la mierda apocalíptica del Sena,
sin la academia que doctora al extranjero.
Un París sin Notre Dame, sin góticas paredes herrumbrosas,
despojado del sofocante ascenso a la morada de los hombres dueños de virtud.
Un París que cabe en el ochavo de una esquina
con adoquines y baldosas estampadas por el colorido de los chicles que se tiran.
El París que yo conozco, mi Paris, sin mayo doloroso,
sin la sombra de Balzac y a contratiempo
huele a café y a huevos con tocino en las mañanas
y un álamo lo baña con su sombra generosa.
Es el París del viejo cocinero, con su hija que sirve y ha llenado
de marinas las paredes de la fonda.
Un París romántico en septiembre
y en junio, si tú quieres, o en febrero.
Allí vendrás conmigo, a comer de letras una sopa,
o a beber de un tinto su pecado.