sábado, 15 de noviembre de 2008

DÉDALO

En este laberinto ronda la desdicha. Abro la alacena y me cae encima una lata de desprecio sobre el dedo gordo del pie derecho. El refrigerador, con su entusiasmo glacial, es un refugio de alimentos a medio consumir. Huele a carbonato, a comida vieja, a cebollas y zanahorias renacidas. Y en un rincón quedó varada la alegría porque el polvo del rencor lo ha cubierto todo. Está muerto el despertador que sonaba a las seis menos diez. Ya no fornican los perros ni le ladran al gato echado en la azotea. Perdí la apuesta esperanzadora. La eternidad existe y no encuentro la ruta que me conduzca al cielo o al infierno. En el pasillo acecha la desolación y solo el viento murmura plegarias compasivas a este abandono. Camino en la penumbra, guiado por esta ceguera irremediable de nostalgias y melancolías. No tengo edad para recibir sentencia absolutoria y el juicio de muerte se prolonga en alegatos estériles. Ayer coloqué sobre la mesa mi última palabra y ya no tengo más. Vacié mis argumentos en la papelera del baño para volver a mis andadas, a la búsqueda de una libertad idealizada que no existe. El egoísmo me tiene acobardado y la única salida que encuentro es una puerta falsa, engañosa, que no me atrevo a abrir.
Guillermo Berrones

1 comentario:

Elizabeth Hernández Quijano dijo...

Me encanta este texto. Es arrebatador.
un abrazo de su comadre que también busca la libertad.
Liz