miércoles, 16 de septiembre de 2009

HECES DEL INSOMNIO

Este libro en tus manos pierde su esencia de objeto. Bajo la verde claridad de tu mirada, las palabras mienten en la tersura de las páginas impresas. El papel retiene, aprisiona el dolor y la melancolía del aguador de fiestas, el bohemio que encontró un pretexto para aturdirte llenando de imágenes obtusas el silencio de tu mediatarde, del exilio voluntario que te impusiste en la azotea donde sólo se escucha el taladro de los pájaros carpinteros perforando los postes de luz. El autor escribió desde el silencio de un país lejano, bajo la medrosa llovizna de invierno o quizás en el esplendor tropical de la costa centroamericana y dictó la sentencia de tu destino. Pudiste haber tomado otro libro del estante. No deseabas leer. Si acaso, buscabas la textura de las hojas y el empastado firme que te permitiera ahuyentar la soledad. Y te topaste con palabras engarzadas que sedujeron tu atención. Palabras. Palabras. Palabras. Escaparon de una boca en el estupor afiebrado de un poeta y deliran ante ti en el machacoso ritmo de una gota que cae y se rompe. Astillas cristalinas de una metáfora que Dios dejó en el abandono y el diablo del poeta satiriza para vengarse del estúpido momento que padeces. No se hunde el barco de papel con el peso de un poema. Los adjetivos punzan en la chocantería asonante de un verso pareado. Huele a traición de merolico, de poeta puto en concurso de juegos florales. Flotan las eses del insomnio antes de asestar el intrépido tajo a tu razón vencida. Están heridos tus ojos. Se ha roto el dique de la mesura y mana la sangre desbordada de una lágrima que cae y se incrusta en las páginas impresas del poemario. Tiemblan tus manos y la voz del bardo te abandona también. No padezcas. Levántate y anda. Abre la ventana y deja entrar el viento.

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