domingo, 27 de septiembre de 2009

LA TÍA CLEOFAS Y EL MAR

La tía Cleofas vivió toda la vida en San Juan de los Hervores y su gran ilusión fue conocer el mar. Después de la muerte de tío Nazario, un día tomó todo el dinerito ahorrado y empacó para hacer el viaje tan anhelado de su vida. Llegó a la playa de Miramar casi al amanecer y se fue directo a ver el agua que se tendía como una inmensa raya azul por todo el horizonte. Sus ojos comenzaron a llorar de la emoción y los cerró para escuchar el murmullo de aquella vastedad de agua que sólo oyó en un caracol que alguien le llevó para adornar la ventana de la cocina. En el palmar cantan las aves. El viento suave parece silbar. Después de unas horas de ver la intensidad azul de cielo y mar, sintió el estómago vacío. Caminó por la playa buscando un lugar donde comer, una fonda, un restaurante o algún estanquillo para adquirir aunque fuera una bolsa de papas fritas. Está cansada y siente que no debe ir sola. Pero no hay nadie que la acompañe. Entonces recuerda al tío Nazario, su esposo muerto, a quien le habría gustado vivir en este lugar iluminado por el sol. Por fin encuentra un lugar. Una casucha de madera junto al malecón. Alcanza la puerta después de subir tres escalones desvencijados. No hay clientes. Sólo está el dueño que luce una camiseta floreada y tiene un revólver en la cintura. La tía Cleofas lo mira desconfiada y luego de pagar sale asustada. Quiere regresar a su pacífico pueblo de San Juan de los Hervores. Este lugar no es seguro, piensa. Si la gente está armada, entonces no es de fiar. La reflexión le dio un vuelco. Hay que hacerle caso al corazón, pensó. Empacó y compró el boleto de regreso. No duró ni un día su visita al mar.

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