sábado, 1 de febrero de 2014

GALLERO

El gallero fue un apostador que nació para perder aunque siempre pensó que ganaba. Y partió después de su última pelea, entre el griterío desquiciado de sus partidarios. Atrás quedaron las plumas dispersas y un giro con la sangre palpitante en el cuello. Los días iluminados de su destino fueron de luz y alegrías; pero sus noches, consteladas por los fantasmas de su propia persecución, mermaron la fuerza de su aliento. Se fue, llevando bajo el brazo la libertad que no le sirvió de nada, si acaso para esconder la vergüenza de su fatalidad. Heredé su maldición. Arrastro la suerte del gallero y duermo en el rincón de los abandonados de la casa donde habito. Expulsado de los edredones conyugales, el sueño me sorprende de madrugada haciendo un recuento de los daños a terceros. Y en el sueño se derrumba el sueño mismo de una casa de arcos dibujada. Es un equívoco el deseo. El día comienza en el desierto de mis sábanas donde no hay humor ni fantasías. Donde las historias carecen de protagonistas y escenarios. No tengo identidad, soy apenas el símbolo perdido de la inmoralidad, el emblema degenerativo de mi especie. Mi voz, tímidamente irracional, está anudada en la trampa ruin de un sentimiento insustancial.

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