sábado, 1 de febrero de 2014

Mariachi

Parsimonioso, cansado, de andar rítmico, como quien baila un vals sobre las olas, al Mariachi lo vi pasar todas las mañanas frente a la escuela. Casi a las diez con diez, con la precisión de los trenes de antaño, volvía a casa, después de vagar la ciudad, después de tocar las estrellas y cantarle a la noche o a los amantes del desvelo. Los niños, juzgando su andar, dicen que volvía borracho; para mí, siempre fue un músico cansado y viejo. En su traje de charro destellaban las aplicaciones y botonaduras de falsa platería. Y en su mano izquierda, balanceándose, el estuche de un violín incógnito, callado y misterioso. Hace días que no lo veo. Extraño la encorvada figura vencida por su sombrero. Unos dicen que murió. Los niños dicen que lo atropellaron el 24 de diciembre. No sé. Pero hace falta esa estampa humana de Vallesoleado.

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